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Estrenada en 1825 en París, «Jocko o El mono de Brasil» se convirtió rápidamente en un éxito entre el público de la primera mitad del siglo XIX. La amistad forjada entre el comerciante Fernández y su mono Jocko, y en especial la singularidad de este último, encontraron repercusión en un contexto social en que se combinaban las pretensiones colonialistas de los estados europeos, el ansia de escapismo hacia ambientes exóticos, el deseo reprimido por la alteridad y la reorganización de los paradigmas sobre los orígenes del ser humano. Alejado de los cánones literarios establecidos, este drama de gran espectáculo se revela como una obra que permite reconstruir el pensamiento y los gustos estéticos de una época, y que constituyó el germen de posteriores representaciones de seres liminares, medio-hombres medio-monos, cuya presencia desestabiliza y cuestiona los límites entre especies.
La ADE dedica un volumen a la publicación de una significativa obra teatral, Jocko o El mono de Brasil, y un profundo estudio de María Teresa Lajoine sobre la obra que triunfó en los escenarios parisinos del siglo XIX cuando se comenzaron a debatir los “derechos de los animales” en confrontación con los “derechos de los humanos”. Fue entonces cuando los animales domésticos, pasan a integrarse progresivamente en la familia humana como un miembro más, al abandonar su valor utilitario. Ese borroso límite según su capacidad intelectual entre especies animales y a su vez entre humanos y máquinas, es el que en estos momentos hace de la lectura de Jocko una propuesta interesante para debatir sobre la condición humana.
Jocko o El mono de Brasil (1825) escrita por Gabriel Lurieu y Edmond Rochefort se representó por primera vez en el teatro parisino de la Porte Saint-Martin el 16 de marzo de 1825. Un año antes, en 1924, se fundó en Londres la Society for the Prevention of Cruelty to Animals como consecuencia de la aprobación en 1822 de la ley “Martin´s Act” en Gran Bretaña, en defensa de los derechos de los animales. Durante todo el siglo XIX se produjo una confrontación filosófica entre el “fijismo” de Georges Cuvier, que considera que los animales han sido siempre iguales y han permanecido sin evolucionar desde su creación. El “fijismo” era el pensamiento predominante que permitiría a la Iglesia mantener sus tesis creacionistas frente a los pensadores “evolucionistas” como Lamarck con su Philosophie zoologique (1809) o con la teoría de la evolución de las especies de Darwin en On the Origin of Species (1859) y The Descent of Man (1871), que señalaba a los simios como antecesores del hombre. Esta polémica trajo de su mano grandes obras como La Comédie humaine (1830-1856) de Honoré de Balzac. Aunque pueda parecer sorprendente, el tema propuesto en Jocko sigue siendo un debate de rabiosa actualidad. Igual que entonces, nuestra sociedad trata de redefinir el estatus de los animales y por primera vez en España tendremos una Dirección General de Derechos de los Animales desde la que prevé sacar adelante una Ley estatal de Protección Animal.
Los autores de esta obra escrita a “cuatro manos” son Claude-Louis-Marie Rochefort-Luçay (1792 – 1871) que firma como Edmond Rochefort, y Jules Joseph Gabriel de Lurieu (circa 1795/1803 – 1869). Las trayectorias de ambos autores suponen un profundo reflejo de las convulsiones sociales que se produjeron en la Francia postrevolucionaria del siglo XIX. Nacido en Évaux-les-Bains (Creuse), Rochefort es hijo de un oficial monárquico caído en desgracia junto a su familia durante el estallido revolucionario aunque acabará sus días como marqués de Rochefort. Mantiene una doble vida profesional entre el Ministerio del Interior y la dramaturgia de vodeviles hasta que gracias a su éxito como autor en los escenarios de los teatros secundarios abandona la administración.
Nacido en París, Lurieu es hijo de un capitán de Dragones miembro de la pequeña nobleza y recibe estudios en el emblemático Collège Henri IV. A partir de la llamada Monarquía de Julio (1830-1848) es nombrado inspector general por el Ministerio del Interior, ocupando una gran cantidad de cargos públicos a partir de entonces, y en el campo literario incluso es premiado por la Académie Française en 1851. Sus publicaciones literarias las realiza bajo diferentes seudónimos, incluso con el de M. Sapajou. Un seudónimo colectivo que remite a múltiples autores que escribían conjuntamente.
El sistema colaborativo entre los autores de vodevil fue muy frecuente ya que doblaba la productividad para hacer frente a la demanda constante de originalidad del público. De esa forma se podía renovar continuamente los carteles de las salas en función de los gustos estéticos del patio de butacas, como consecuencia de la progresiva conversión del teatro en una verdadera industria.
Para la elaboración de Jocko o El mono de Brasil (1825), ambos autores se basaron en la novela corta de Charles Pougens Jocko, anecdote détachée des Lettres inédites sur l´instinct des animaux (1824), donde el autor intenta sostener científicamente un relato protagonizado por un animal no-humano cuyas capacidades lo acercan al homo sapiens. Pougens relaciona a un hombre con un orangután hembra, mientras que Lurieu y Rochefort convierten a Jocko en un orangután macho trasladando la relación entre especies a “una suerte de amistad entre ambos”. Las posibles repercusiones sociales en el Paris del XIX sobre los autores, sobre todo de la novela aunque también de la obra dramática, hace que las referencias espacio-temporales sean lo suficientemente vagas para que se enmarquen dentro de un ámbito colonial que les evite consecuencias. También divergen en el final de Jocko. Pougens le hace morir mordido por una serpiente, mientras que Lurieu y Rochefort hacen morir a Jocko víctima de la desconfianza humana. Este error propicia una escena de gran intensidad emocional que que convirtió a Jocko y a su intérprete Mazurier en referentes escénicos.
En los inicios del siglo XIX se pusieron de moda, aunque había precedentes históricos desde el siglo XIV, los “melodramas simiescos” o monkey melodrama tanto en Francia como en Inglaterra y el resto de Europa. En este nuevo género, el actante animal que se incluye en el “elenco” es normalmente un chimpancé o un orangután, y es representado por actores que alcanzaron gran fama. El Jocko de Lurieu y Rochefort se presenta como un aprendiz, un alumno que, como el niño o el buen salvaje, se revela en estadios evolutivos anteriores al modelo europeo. Manuel Bretón de los Herreros escribe la versión española en 1831 y se estrena en el teatro de la Cruz de Madrid el 3 de julio de 1831 donde alcanza hasta 28 representaciones. La compañía de José Maíquez la lleva de gira en 1832 por Jaén, Andújar y Cordoba. El 3 de marzo de 1834 se representa en el Teatro de Santa Cruz de Barcelona. En la temporada 1839-1840 se representó dieciséis veces en el teatro Príncipe de Madrid.
Jocko, o el mono de Brasil fue creado exprofeso para que el actor y acróbata Charles-François Mazurier, ya famoso en Paris por su acrobático Polichinela, encarnase el papel de mono y es un éxito rotundo llegando a las doscientas representaciones consecutivas con unos ingresos de 126.000 francos durante las primeras treinta y cuatro representaciones. En los periódicos de la época se señala “su capacidad de poner en escena al mono antropomorfo de forma que la ilusión de estar presenciando una representación de un verdadero animal era perfecta”. Su hábil interpretación fue clave en el éxito de la obra y en la popularización del personaje de Jocko. Es posible que Mazurier pusiese en escena la idea de mono que tenía el público parisino de su época, donde los monos exhibían a su vez sus dotes como imitadores del hombre. Existen anécdotas de la preparación actoral de Mazurier estudiando a los monos en la ménagerie royale del Jardin du Roi de París. Después de Mazurier es larga lista de actores que alcanzaron la fama interpretando a personajes de simios u hombre-mono en los escenarios teatrales de todo el mundo.
El enorme éxito de Jocko y de su intérprete Mazurier provocó una gran cantidad de representaciones y secuelas durante todo el siglo XIX a lo largo de toda Europa y Norteamérica, tanto de la obra como del tema tratado, un personaje híbrido cuya morfología animal se combina con una psicología que lo acerca al humano diluyendo los límites entre especies.
Es de señalar, la dificultad que suponía la interpretación de Jocko, bajo una especie de máscara completa, y sin embargo, las referencias a la interpretación de Maruzier, nos describen una ejecución brillante, en la que el actor transmitía la comedia en la primera parte, y en la segunda llegaba a emocionar al público.
En cuanto al formato, el texto es un vodevil en dos actos y por lo tanto contiene bailes y números musicales, que responden al interés del público de los teatros de los boulevares parisinos. El éxito de Jocko generó toda una industria de espectáculos con humanos y simios como protagonistas, que ha llegado hasta nuestros días.
Posiblemente una de las secuelas más destacables del primitivo Jocko sean las adaptaciones teatrales de Informe para una academia de Kafka (1917). A través de este cuento el autor checo da definitivamente la palabra al protagonista, Pedro el rojo, el simio que ha conseguido transformase en humano. Informe para una academia ha sido adaptado para el teatro en múltiples ocasiones debido a su teatralidad intrínseca. Y aún hoy en día pueden verse adaptaciones de esta obra magistral. Recordaremos El mono, en la versión de Julio Castronuovo (2006), El gorila, en versión teatral de Alejandro Jodorowsky (2009) o El show de Kafka, versión libre de Ignacio García May (2012).
Jocko o el mono de Brasil inaugura una línea teatral vinculada a un nuevo personaje, con límites difusos entre el humano y el simio, que requerirá de magníficos actores que encarnen este rol desde nuevos paradigmas interpretativos. Resulta inevitable recordar aquí las históricas interpretaciones y puestas en escena de José Luís Gómez, creadas para la escena en 1971 y 2005, sobre Informe para una academia de Kafka y que forman parte ya de su identidad como actor y de nuestra historia teatral.
Salomé Aguiar
Traducción de Natalia Urabayen
Introducción de María Teresa Lajoinie
Madrid, 2019. 142 págs.
ISBN: 978-84-17189-23-5